EL PLURAL: Parece que hace una eternidad, pero solo llevamos unas cuantas semanas desde el día en que nuestro mundo se volvió del revés. O, mejor dicho, se cerró, y solo dejó abiertos unos cuantos resquicios para que siguieran trabajando quienes realmente son imprescindibles.
De pronto, la cajera del supermercado -o el cajero, que parece que ese trabajo solo lo hacemos mujeres- o el repartidor -lo mismo digo, pero, al contrario- se han vuelto mucho más necesarios que el gran empresario de una cadena de ropa, a pesar de que los primeros no ganarán en toda su vida ni la cuarta parte de lo que aquel gana en un mes. Y el camionero es mucho más importante que el capitán de un crucero de lujo.
En muchos casos se trata de trabajos cuya consideración social no estaba a la altura de la necesidad de su servicio. Porque somos así de necios a la hora de ponderar las cosas.
Y no son los únicos. Hablamos de profesionales sanitarios, a quienes aplaudimos cada día desde nuestros balcones, pero, inconscientemente, pensamos en médicos y enfermeras -de nuevo el estereotipo a la hora de asignar el sexo- pero hay mucho más. Celadores, camilleros, recepcionistas, conductores de ambulancia… Todo un mundo de hombres y mujeres que cobra visibilidad ahora.
Quizás ha llegado el momento de replantearse muchas cosas, como qué necesitamos y a quiénes se lo debemos
Tampoco podemos olvidar a Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, bomberos, profesionales de la justicia y otros oficios sin los que no hubiera sido posible salir adelante. Profesiones que, además, mayoritariamente son llevadas a cabo por funcionarios y funcionarias, con quienes muchas veces no se tiene piedad a la hora de criticar y de acusar de desidia y que son los primeros en tener que apretarse el cinturón en cada crisis.
Pero, si hablamos de falta de consideración social, quienes se llevan la palma son el personal de limpieza, o de recogida de basuras. Un trabajo ingrato y poco considerado y que, en el caso de la limpieza, además, se realiza en muchos casos con unas condiciones laborales nulas o inexistentes. Una precariedad laboral que comparten muchos repartidores, que han tenido que ganarse hasta los más mínimos derechos después de mucho batallar ante los tribunales.
Quizás ha llegado el momento de replantearse muchas cosas, como qué necesitamos y a quiénes se lo debemos. Y, por el contrario, qué es aquello de lo que podemos prescindir o que está infinitamente sobrevalorado. No olvidemos que, hasta hace nada, con lo que cobran algunos futbolistas podría haberse construido un hospital. O, al menos, asegurar el suministro de papel higiénico y levadura para toda la vida.
Susana Gisbert es Fiscal y escritora