EL PAÍS: Me dirijo a mi mutualidad para solicitar una ayuda para un audífono. Parece que la documentación que tramité no estaba bien y necesito aclaraciones. En la entrada, un cartel: “No se atenderá sin cita previa”. No hay nadie para ser atendido. Tres funcionarios comentan algo alrededor de un ordenador. En el otro extremo del piso dos más hablan de pie. Todos hacen ver que no se dan cuenta de que estoy allí. Forzado por mis requerimientos uno levanta la cabeza para decirme que no me atenderán si no tengo cita previa. Ninguno perderá cinco, dos o un minuto para hojear mis papeles y facilitarme alguna aclaración. Cuando he dado ya la vuelta a la esquina, reflexiono y me percato del abuso y del menosprecio de unos administradores que pagamos para que estén a nuestro servicio. Lo que pudo haber sido una forma de facilitar el acceso a la Administración se ha convertido en una barrera infranqueable para muchos. ¿Cuántas personas han tenido que renunciar a sus derechos?
Asunción Carrasquer Fiestas. Corbera de Llobregat (Barcelona)