"No estuvieron solos y no están solos"

EL PAÍS: Han salido poco antes del mediodía a la puerta del Hospital Gregorio Marañón. Cada especialidad, con la bata blanca o el pijama de su color, con la mascarilla bien colocada y un narciso amarillo en la mano. Se han repartido dejando espacio por las escaleras de entrada al centro. Allí, en el mismo lugar donde durante la primera ola de la pandemia salían cada tarde a las ocho a aplaudir. Pero este viernes el homenaje de los trabajadores del hospital no iba dirigido a los pacientes por los que luchaban, o a los ciudadanos que se confinaban, sino a los que no pudieron salvar. “Este homenaje es para que sepan que no estuvieron solos y que no están solos”, se ha escuchado por un altavoz. Al final de la escalera, más ramos de narcisos del Real Jardín Botánico de Madrid, donados por la Asociación Española de Floristas (AEFI). Y, por encima de todas las voces, los violines de Víctor Arriola y Paulo Vieira, de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, que han interpretado la Sonata para dos violines, de Jean-Marie Leclair. Después, llegaron los versos: “Aprendimos a interpretar vuestros silencios y aunque la distancia impedía los abrazos, nunca impidió los sentimientos”.


Algunas de las líneas de este poema, escrito por los propios trabajadores del hospital, hablan del afecto y el cariño de los sanitarios, que honran la memoria de los que se fueron. El Gregorio Marañón ha sido uno de los hospitales que más pacientes ha atendido de coronavirus: 16.116 enfermos hasta hoy. Durante el acto se ha guardado también un minuto de silencio.

 

“A mí esto me ha removido mucho”, cuenta entre lágrimas la supervisora Pilar García Santos, que ha estado 27 años al lado de pacientes críticos, pero que asegura no recordar una situación similar a la que ha vivido este año, ni siquiera durante los atentados del 11 de marzo. “A pesar de que tuvimos al principio apoyo psicológico, no te terminas de sanar, basta un pequeño homenaje para que se te vengan imágenes a la cabeza”, cuenta con la voz entrecortada. Y recuerda lo duro que ha sido el aislamiento de los pacientes y el convivir con el miedo. Ella se encargó de montar durante la primera ola una UVI móvil en la biblioteca para 19 pacientes. “Es la premura que te exigía abrir más camas y sacar material de donde no lo había. Estábamos aquí 14 o 15 horas trabajando y yo temía contagiar en mi casa”, explica. “La parte positiva fue que los trabajadores se volcaron y echaban una mano todos los estamentos. Gracias a eso atendimos a muchos pacientes que salieron”.

La doctora María Eugenia García explica que este homenaje representa el no olvidarse de la realidad y de lo que ha pasado, para que la gente siga con cuidado y no baje la guardia. Y recuerda que el hospital sigue con los cuidados intensivos llenos y permanentes ingresos. A pesar de que la incidencia ha bajado en la comunidad, ella advierte de que con cualquier descuido puede volver a aumentar. “Cuando no tenemos los pacientes covid, hay una carga brutal de los otros. Otras patologías han tenido que esperar y hay personas que no han venido por miedo. La carga sigue siendo importante y estamos muy cansados, pero seguimos porque es nuestro trabajo”, puntualiza. “Dependemos de que la población tenga una actitud inteligente y saludable”.

Con menos experiencia, Samuel Díaz es médico residente de primer año de medicina interna y empezó en septiembre a ejercer. Él destaca el aislamiento de los pacientes. “El teléfono es muy impersonal y la gente se entiende mucho mejor en persona. Eso ha sido un hándicap importante”, explica. “Además, antes los familiares podían venir y eran un apoyo muy importante y por eso se les ha hecho muy duro, tanto a los pacientes como a nosotros”. Con una sonrisa, dice que no ha sentido miedo, que se lanzaba al trabajo sin pensarlo, pero reconoce el agotamiento. “Ves que nunca se acaba, que estiras el chicle, lo encoges y lo vuelves a estirar. Las horas de trabajo se alargan, no sales a tu hora prevista y siempre te tienes que quedar porque hay todavía gente por ver o pacientes que se ponen malos a última hora”, cuenta el médico, de 25 años.

En el acto también han estado familiares de las víctimas, como Sierra Algaba, encargada de la limpieza de los quirófanos. Su hermano José, que tenía 63 años y estuvo 34 días ingresado en la UCI, falleció en abril de 2020. Ambos trabajaban en el Gregorio Marañón, él en el equipo de traslados. Estaban muy unidos y siempre quedaban para verse a la hora del café. “Mi hermano era muy buena persona y muy buen trabajador, le hicieron bastantes homenajes porque le apreciaban muchísimo. Era el Papá Noel del hospital, así le decían, por su barba y pelo blanco”, recuerda. Sabe que por lo menos él se encontraba tranquilo porque ella podía ir a verlo. Supo de primera mano que no estaba solo. Y, como ella, los trabajadores del Gregorio Marañón acompañaron hasta el final a los pacientes que no lograron superar la covid-19.

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