"Me conformo con que dé para comprar un microscopio"

EL PAÍS: En la entrada del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), en Madrid, una placa muestra el nombre de los patrocinadores. Todos ellos, empresas de renombre —bancos, constructoras, telefonía, y PRISA, editora de EL PAÍS—. Pero simbólicamente, desde la semana pasada, a esa especie de panel homenaje hay que añadir un nombre: el de Israel, un funcionario de 61 años que ha sido la primera persona que se ha acordado de este centro puntero en su testamento: lo ha nombrado heredero universal.


El verdadero nombre de este filántropo de a pie no es Israel, pero él se considera un “tímido patológico” y solo por las presiones del CNIC ha accedido a explicar su decisión. Todo empezó hace cuatro años, cuando, tras la muerte de sus padres en pocos meses, se dio cuenta de que no tenía “familia, ni ascendientes ni descendientes, ni cónyuge” a los que legar sus pertenencias. Y se puso a buscar. “Quería encontrar alguien que fuese útil para la sociedad. Un centro que se dedicase a ayudar en la investigación y redundase en mejorar la salud de las personas”.

Israel había trabajado 14 años en un hospital, y tenía claro que tenía que ser una organización sanitaria. También admite que estaba predispuesto a que fuera algo relacionado con el corazón. Temeroso de dar dato alguno que permita identificarle, solo admite que ese tema le afectaba personalmente —tiene una leve arritmia— y, sobre todo, desde el punto de vista familiar. “A ver si se puede mejorar lo que con mis padres no se pudo hacer”, confía.

Llamada telefónica

Así, a base de buscar en Internet, llegó al CNIC. Después de consultar con un notario, redactó el testamento, y se encontró un problema: asegurarse de que, cuando muera, el centro lo iba a saber para cobrar la herencia. La solución que se le ocurrió fue sencilla: comunicarles que les había nombrado herederos universales. Pero ese proceso no tiene un protocolo establecido. No hay un formulario ni una pestaña en la web. Así que, simplemente, les llamó por teléfono. La directora de comunicación del centro admite que aquel fue un momento delicado. La telefonista podía no haberle hecho caso, no haberle dado crédito. Pero la llamada llegó a la oficina correcta, e Israel ya tiene una relación fluida con el CNIC.

El miércoles pasado, cuando habló con la prensa, el hombre había hecho una visita secreta a sus instalaciones. Nada preparado, sin avisar a los investigadores. Lo que vio le reafirmó en su decisión de que le hereden. Lo que más le impresionó fue el animalario y “los corazones en formol que se usan para investigar”. También, “ver gente tan joven en los laboratorios”, afirma, y enseña un reportaje sobre el programa para bachilleres del centro. “No puedo decir que fuera bonito, pero ha sido interesantísimo”, se sincera.

Se le nota que se ha empapado del mensaje de la institución. Si pudiera elegir el destino de su dinero, “con que evitase un trasplante de corazón ya estaría muy contento”, afirma. Se refiere a los programas de regeneración celular, la idea de reconstruir el corazón con células madre y otras técnicas después de un infarto para que no haga falta cambiarlo. Pero también le bastaría con que lo que lega “diera para comprar un microscopio”.

No se puede saber si bastará. Los equipos científicos son muy caros. Israel se resiste a concretar, pero sus pertenencias —“un piso y medio y lo que hay en las cuentas”— siempre serán una ayuda. “Es todo lo que tengo; unos ahorros con los que podría vivir unos cuatro años sin trabajar”.

Aunque sabe que su caso podría ser un ejemplo para impulsar en España una filantropía que en el norte de Europa y en Estados Unidos es habitual —en este momento hay una campaña de Unicef para que las personas donen parte de su herencia a esa organización, por ejemplo—, con la entrevista Israel quiere dar por zanjado su momento de popularidad. “No busco reconocimiento”, afirma. Es posible que ya haya conocido al director del CNIC, Valentín Fuster, pero ese encuentro se zanjará sin fotos o declaraciones.

La generosidad con la ciencia de Israel es tan excepcional en España que es la primera vez que el CNIC recibe un legado así. De hecho, su director gerente, Alberto Sanz, admite que ni siquiera se han planteado la fiscalidad de la herencia (abogados consultados indican que posiblemente no haya que pagar impuestos o serán muy pocos). “Lo que importa es el gesto. Además, vamos a tardar mucho en heredar”, sonríe Sanz.


 

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