EL PAÍS: Nada más ingresar en un hospital de la Comunidad de Madrid, los pacientes reciben una Guía de Acogida. La primera recomendación que leen en ella es: “No traiga al hospital dinero ni objetos de valor. Si es su caso, entréguelo a un familiar para que los guarde. El hospital no se responsabilizará de su posible pérdida”.
A continuación, lo más frecuente es que el médico mencione la palabra que no aparece en la Guía, “robos”, y advierta de que no deben dejar objetos de valor a la vista y deben guardar todo en las taquillas, cerrarlas con llave y no separarse de ella. No son consejos exagerados. Los hospitales son lugares propicios para los robos. Pacientes y familiares son vulnerables por estar en un ambiente desconocido y viviendo una situación que provoca nervios y favorece distracciones. Médicos de la Fundación Jiménez Díaz cuentan a sus pacientes que han visto a ladrones haciéndose pasar por enfermos y entrando en las habitaciones de personas dormidas o sedadas. Las enfermeras insisten en pedir que nada quede a la vista.
Muchos médicos tienen asumido que están expuestos a los robos y que “si no ha tocado, algún día tocará”. Un profesional explica: “Nos cambiamos en un vestuario que tiene una llave común, y cada uno tiene una taquilla con llave. La puerta del vestuario puede quedar abierta —a veces vas corriendo a ponerte el pijama porque tienes que entrar a quirófano o al paritorio y no caes— y, una vez dentro, no es complicado forzar la taquilla. Roban de forma dirigida. No abren cualquier taquilla. Desaparece el dinero a trabajadores que manejan mucho. Nunca sabremos si es casualidad”. Las sospechas, reconoce este médico, recaen sobre gente ajena al hospital, pero también sobre los propios trabajadores.
Aunque los episodios tienen una relativa frecuencia, y los profesionales saben que hay muchos robos que pasan desapercibidos, no permiten que esto perjudique su trabajo. “En el hospital, todo lo demás es accesorio. Si te roban, lo comentas un momento, pero tú estás a tu parto, a tu niño, a tu operación, y es una anécdota. A lo mejor ni siquiera lo denuncias”.
Un médico del Hospital Universitario de Getafe, que prefiere guardar el anonimato, cuenta que “los robos son parte del paisaje hospitalario” y que a diario llegan personas que encuentran en ellos “una actividad dentro de sus quehaceres cotidianos”. Lo preocupante es que “si te roban el móvil te das cuenta, pero si te roban 10 o 20 euros, ni te enteras”.
Trabaja en Ginecología, una planta particular. “Aquí, todas las habitaciones son individuales. Cuando una mujer está de parto normalmente están con su pareja en la habitación y pasan los dos al paritorio”, explica. En este cambio de espacio es frecuente que no caigan en dejar todo dentro de la taquilla y llevarse la llave. A la vuelta pueden encontrar su bolso vacío. Lo mismo les ocurre a quienes salen para hacerse alguna radiografía o ecografía, o en las salas de neonatos. “Aquí hay una política de puertas abiertas, y los papás pueden casi vivir con su bebé. Es relativamente frecuente que vengan los dos a estar con el bebé, a darle el pecho, y pasen horas fuera de la habitación. Aunque te digan que no dejes pertenencias, no se te ocurre quién va a venir aquí a robar. Es una cosa que no entra en la cabeza, pero que ocurre”.
Los robos se producen cuando la persona ingresada sale de la habitación. “Es gente que parece venir a ver a alguien. En Getafe, todo el mundo tiene relación, se conocen, y eso les permite ver el panorama, estudiar quién puede ser más o menos descuidado. A lo mejor están una mañana entera y al día siguiente ya saben qué hacer”, explica el médico.
Móviles y dinero son lo más buscado, pero los cacos se atreven con todo. “También se roba mucho en el aparcamiento. Ha habido incluso gente que viene con grúas, carga el coche en la grúa y se lo llevan”. A tres de sus compañeros, un médico y dos matronas, les robaron el coche. Tras denunciarlo, dos fueron encontrados, pero uno de ellos, un Mercedes, no llegó a aparecer. Con el suyo también lo intentaron. Desde su despacho cuenta, señalando su abrigo, que cuelga del perchero: “En ese bolsillo tenía las llaves del coche. Estaba en este despacho, al que no debería entrar nadie. Yo estaba de guardia y, cuando me di cuenta de que faltaban, estaba convencido de que el coche no iba a estar. Afortunadamente, estaba”.
Ni este centro, de 650 camas, ni otros madrileños son ajenos al problema. La Jefatura Superior de Policía de Madrid, que no tiene datos estadísticos concretos, explica que los robos se deben a que hay muchos hospitales, muy grandes y con mucha gente, y compara la situación con la de otros lugares muy concurridos, como el aeropuerto o la estación de Atocha. Los hospitales también conocen el problema. Cuentan con personal de seguridad las 24 horas y en los aparcamientos suele haber cámaras de vigilancia.
La Paz y el Doce de Octubre sí tienen pases de visitas, pero, al igual que el de Getafe, el Gregorio Marañón, el Severo Ochoa, La Princesa o la Fundación Jiménez Díaz —algunos de los principales en la Comunidad de Madrid— carecen de este tipo de control. Sobre la mesa aparecen de forma recurrente las opciones de limitar las visitas, exigir identificación a los visitantes, implementar horarios más estrictos o hacer aparcamientos de pago, pero lo difícil es que no acaben por perjudicar a los pacientes.