Siempre ha existido gente con cierto perfil hipocondriaco y tendencia a preocuparse de forma desproporcionada ante ciertas sensaciones corporales normales o pequeñas molestias. En casi todas las familias siempre ha habido un pupitas que acudía a sus mayores a la mínima, incluso cada cual se habrá preocupado alguna vez más de lo habitual ante un pequeño síntoma inespecífico. Lo que nos llama la atención a los profesionales sanitarios es que las consultas por este tipo de motivo son cada día más frecuentes. Sin llegar a ser una epidemia, sí es muy llamativo. No puedo aportar datos cuantitativos, salvo la encuesta europea de salud que indica que cada vez se consulta un poco más al médico y nos percibimos un poco menos sanos.
Parte de estos pacientes, los más jóvenes, han vivido infancias en las que han tenido múltiples contactos con el sistema sanitario. En el medio urbano en el que trabajo, es raro encontrar historias clínicas de niños menores de 14 años que tengan menos de diez enfermedades reflejadas, además de las revisiones del niño sano, vacunas, etcétera. Esto podría explicar la creación de un reflejo condicionado que nos haga consultar con el sistema sanitario a la mínima. Pero hay más. El fenómeno es muy complejo. Probablemente podamos rescatar la influencia de la crisis, el aislamiento social, y la pérdida de soberanía personal de los que delegan con más facilidad los cuidados de salud al sistema sanitario. Para algo pago mis impuestos.
Lo malo de esta historia es que todos sus actores terminan perdiendo, como en los dramas clásicos. El paciente pierde su tiempo y su capacidad de responsabilizarse de sus propios cuidados de salud ante molestias leves. La sociedad pierde dinero al dedicarse el tiempo de los médicos a asuntos que no deberían consumirlo, y los facultativos ven cómo su paciencia se volatiliza en sus ya sobrecargadas consultas.
Este texto ha sido redactado a cuatro manos por Fernando Casado Campolongo y Salvador Casado