El Huffington Post: Se hace llamar Saturnina Gallardo, pero nadie sabe cuál es su nombre real. Quiere guardar el anonimato y sólo se conoce que tiene unos 30 años, que es de A Coruña y que es una enfermera saturada que ha trabajado en media España buscando su hueco en la sanidad. Su irónica y negra forma de describir el día a día de su trabajo la convirtió en un fenómeno en las redes sociales (más de 46.000 seguidores en Twitter y más de 43.000 en Facebook).
Escribió incluso un libro titulado La vida es suero que ninguna editorial quiso publicar. Así que Satu, como también es conocida, se decidió por la autoedición y la jugada no le pudo salir mejor. El año pasado convirtió su obra en una de las más vendidas de Amazon y, a la vista del éxito, Plaza&Janés lo ha publicado ahora. En apenas tres meses, la editorial ha vendido 35.000 ejemplares y ya van por la séptima edición.
Y todo eso a pesar de que el mundo de la enfermería está de capa caída por culpa de los recortes en Sanidad. La semana pasada, sin ir más lejos, se conocía que casi 5.000 enfermeras españolas han tenido que emigrar a otros países de la UE en los últimos cinco años, aunque en España harían falta 135.909 más para alcanzar la media europea, según el Consejo General de Enfermería.
PACIENTES EN "RIESGO"
Con esos datos, no es de extrañar que Satu esté saturada. "No se contrata el número suficiente de profesionales y las que trabajan ven aumentada su carga asistencial. En Europa, de media, cada enfermera está al cargo de ocho pacientes. En España, de trece", se queja en una entrevista a El Huffington Post. Y eso, avisa, pone "en riesgo" la vida de los pacientes. "The Lancet publicó un estudio europeo que determinaba claramente que el riesgo de fallecer de un paciente tras una cirugía aumentaba si el ratio de enfermeras en esa unidad no era suficiente. Esa es la realidad", subraya.
En su libro, Satu afirma que la engañaron cuando le dijeron que, si estudiaba, "el día de mañana sería una mujer de provecho". "No me engañaron en el sentido de que mis estudios eran inútiles", avisa. Pero reconoce que se inculcaba a los niños de EGB que si tenían estudios superiores tendrían un buen trabajo y ganarían un buen sueldo.
"En eso engañaron a una generación entera", zanja. Ella, por ejemplo, no ha encontrado todavía la estabilidad laboral: "Vivo en un entresuelo alquilado y trabajo de jornalera en un hospital: el día que hay suerte y me llaman, trabajo y cobro; cuando no me llaman, no cobro".
Con ese panorama, destaca, el humor que llena su libro es un arma más para plantar cara a la situación porque "el sentido del humor es precisamente saber reírse de las propias desgracias". Desgracias como sentirse "ignorada" por la administración porque, afirma, los colectivos que representan a su profesión presentan "constantemente" demandas a la profesión "sin ningún resultado".
"HABLAR CON UNA PARED"
"Lo ves en el día a día. Se pone una compañera de baja, no la sustituyen y por mucho que pidas a la supervisora que lo haga porque es materialmente imposible atender a todos los enfermos no sirve de nada. Es hablar con una pared", lamenta.
Los recortes se notan. Jose Ángel Rodríguez, vicepresidente del Consejo General de Enfermería, afirmaba hace un año que había centros donde no se podía cambiar diariamente la ropa de cama o no suministraban mantas cuando los pacientes tenían frío. En el caso del hospital donde trabaja Satu, el problema no son tanto las mantas como las almohadas. "¡Cualquier día las van a tener que traer de casa los pacientes!", exclama.
En ese caso, no serían los primeros. El escritor Benjamín Prado tuiteó el año pasado que su madre, de 92 años e ingresada en el Puerta de Hierro de Madrid, tenía un abrigo bajo la cabeza porque en el hospital no había almohadas. Y pacientes de hemodiálisis de un hospital de Valladolid denunciaron que les habían avisado de que tendrían que llevar ellos las almohadas de casa.
RECORTES "BRUTALES"
Satu asegura que en lo que más nota los recortes es en el material sanitario, "cada vez de peor calidad y más contado". Dice que estos recortes, que ella califica de "brutales", estropean la profesión de enfermera que, con todo, es "la más bonita del mundo".
Eso a pesar de que Satu no deja títere con cabeza en el libro. Dice que le sacan de quicio los yogures terapéuticos que parece que todo lo curan, los programas como Saber Vivir, las tiritas, las supervisoras y el tamaño de las pastillas. Pero eso no es todo. Hay más: "Las señoras que me dicen en qué vena tengo que pincharlas, los que se dedican a buscar burbujitas de aire en el suero, la letra de los médicos... Da para otro libro".
Advierte de que, en el día a día, las enfermeras tienen que lidiar con más Miuras. Por ejemplo, con los familiares de los pacientes que, afirma con risas, dan más trabajo que los propios enfermos: "Los fines de semana son una tortura para los pacientes. ¡Y para las que acaban de dar a luz ni te cuento!".
Con todo, los pacientes no se quedan atrás y Satu da, en parte, la razón al Doctor House en aquello de que mienten. Pero, avisa, es fácil pillarles. "El que miente lo hace porque cree que será beneficioso para él en el sentido de que lo vas a atender antes, que le vas a dar más calmantes o que le vas a hacer más caso que al resto, y no es así. Las enfermeras hablamos mucho entre nosotras de los pacientes y siempre acabas pillándolos". Saturadas sí, pero no tontas.