PÚBLICO: Tengo a los pacientes revueltos. Parece que la presión asistencial de la última ola se ha transformado con esta desescalada vacunal, pero no ha disminuido. No ha bajado el número de consultas diarias, solo han cambiado los motivos. Presencial, telefónica domiciliaria o medio pensionista. No me da tiempo ni de verlos mal, así me quede hasta las mil y media. No sé qué pasa. O sí. A lo mejor es que no soy tan buen médico como mi madre piensa y con la que yo coincidía sin vacilar hasta ahora.
Creo que mis pacientes hacen lo que pueden, no pueden hacer otra cosa. Probablemente yo tampoco. Muchos de ellos llevan un año en sus casas. Algunos han perdido a sus madres, o maridos, sin poder despedirse, sin hacer el duelo como toca. Se lo notas cuando vienen por que les duele la espalda. Me preguntan si creo que les duele más por eso.
Vivir sin dormir
Bastantes llevan meses en ERTE, o simplemente a verlas venir. Esperando que la cosa mejore sin un horizonte claro y con una presión informativa orientada al pánico diario. Mis pacientes trabajan en hostelería, en limpieza y en el campo. Eso los que tienen trabajo. Muchos se buscan la vida, a veces mal. Algunas familias tienen tiendas y pequeños negocios que les quitan el sueño, literalmente, no pueden dormir. El que tiene el bar no puede dormir porque no sabe cómo pagar las nóminas, el que pone los cafés no sabe si cobrará y tampoco duerme. Los dos me lo cuentan y ya no sé cómo hacer para que las pastillas para dormir no vengan para quedarse.
Somos el país récord en prescripción de benzodiacepinas. "Don Rafael, a ratos me cuesta respirar, es como si no me llegara el aire a los pulmones. Me pasa casi todos los días, aunque no me mueva, y cuando me pasa, tengo tanto miedo", "Me meto en la cama y doy vueltas y vueltas" "Me despierto por cualquier cosa, y ya no hay manera de volverse a dormir, llevo así semanas, no puedo con mi alma". Esto solo de ayer.
Muchos, pero sobre todo muchas llevan meses solas. Solas sin ver a casi nadie, sin salir a pasear con las amigas y sobre todo sin tocar a sus hijos y nietos. Estos días que han empezado a salir de casa, a alejarse un poco más, se han dado cuenta de que las articulaciones, tras meses de sillón y de pasillo, duelen horrores. Dejaron de caminar, de nadar y de hacer tai-chi o el acuagym en el centro deportivo del barrio. También dejaron de jugar la partida con lo bueno que es eso para mantener la agilidad mental, y la lingual.
El azúcar por las nubes
Los que tenían estos hábitos los han perdido y además han ganado peso. Aprovechan estos días para visitarme y para ponernos al día con los controles de azúcar, de tensión y de colesterol. El que más y el que menos está peor. Otros me recuerdan retomar cirugías en espera en el último año, o pruebas y asuntos pendientes. Aún hay miedo a acercarse a los centros sanitarios, aunque cada vez un poco menos.
Y a la vez la ansiedad de la vacuna. Con dudas. Muchas. "¿Don Rafael, me toca la buena o la mala?" Nunca pagarán suficiente los irresponsables de extender el miedo con información falsa, sensacionalista, bulos y mentiras. Más bien, nunca lo pagarán.
Mis pacientes se vacunan felices como perdices, con respeto, como cualquiera que se pincha algo en el cuerpo, pero se vacunan disciplinados. Confiados en que esto es lo único que puede cambiar las cosas, lo único que pueden hacer para volver a su vida. Que era dura antes de todo esto, pero que visto lo visto era mucho mejor que lo que ha venido.
Vacunados con la buena o con la mala
Los datos de la vacunación son muy esperanzadores. La caída de la mortalidad en los grupos vulnerables es una noticia excelente, la mejor. Pero aún no hemos acabado con esto. Mi consulta está llena y entiendo las razones para que así sea, pero necesitamos ayuda, que el sistema de salud pública vaya adaptando su foco del esfuerzo pandémico al esfuerzo de normalización. Me entristece cada vez que uno de mis pacientes me dice que se ha ido a la privada, que se ha hecho un seguro, porque tal y como está la pública... La pública está y estará donde queramos que esté, donde invirtamos para que esté.
No vamos a encontrar las cosas donde las dejamos, toca hacer un sobre esfuerzo para recuperar cuerpos y mentes, doloridos, descuidados y agotados. Los servicios de salud no pueden desmontar equipos covid, ni rescindir contratos de profesionales. Debemos reorganizarnos una vez más para que asumir lo pendiente que es mucho. Esta nueva ola es tan covid como las otras, pero con menos bicho. Es una ola de consecuencias y es poderosa. Lo vemos cada día, en cada agenda de los centros de salud de todo el territorio. Hace falta invertir en atención primaria, mucho. O a lo mejor simplemente es que no sea tan buen médico como cree mi madre, o como yo creía hasta hace menos de una pandemia.
Firma del Post:
-Rafael Sotoca. Médico de familia y activista sanitario. Fue director general de asistencia sanitaria de la Comunidad Valenciana.