Escribo esto después de haber leído un interesante diálogo extraído del British Medical Journal entre un médico de familia y un arquitecto. Todo está cambiando demasiado rápido en ambas disciplinas, como lo está haciendo la sociedad en general. ¿Estamos preparados para adaptarnos a esos cambios? ¿Qué valores estamos primando como colectividad? ¿Cuáles estamos desechando?
En el fondo de la cuestión, hay un tema filosófico que atañe a la ética y, en consecuencia, a la política. Los sistemas sanitarios públicos europeos se construyeron con esfuerzo sobre el valor de solidaridad, tratando de aportar equidad a todos los ciudadanos, promoviendo la salud y trabajando para aliviar la enfermedad de todos por igual. Las corrientes del poder imperante han socavado este valor, promoviendo otros como el beneficio económico y el sálvese quien pueda. No se imaginan lo importante que son los valores: en apenas una pequeña palabra se sostienen estructuras, sistemas, organizaciones y países. Son el cimiento de toda obra humana; si uno los cambia, puede hacer que enormes pirámides se desplomen como si fueran naipes. No se crean que es accidental que los pacientes se convirtieran en usuarios y ahora en clientes...
Los médicos estamos en crisis, como también lo está la medicina. Hay muchas presiones para que nos convirtamos en burócratas y tecnócratas hiperespecializados. Esto redunda en mayor eficiencia y beneficio para la organización sanitaria, que cada vez más estará gestionada de forma privada y lucrativa, ergo el beneficio real será para la junta de accionistas o el fondo de capital riesgo que mueva los hilos.
Del interesante texto al que me he referido, rescato la frase con la que comienza este post. Los médicos nos enfrentamos a una profunda crisis de fe, y no solo en las organizaciones sanitarias y estructuras anexas (sindicatos, colegios de médicos, sociedades científicas). Nos enfrentamos una crisis de creencias frente a nuestra forma de hacer las cosas. Ya no nos parece suficiente la comunicación y la exploración clínica. Sin tecnología, sin aplicaciones, sin ordenadores..., muchos serían totalmente incapaces de ejercer la medicina. Cabe preguntarse si todavía queda algún lugar para la comunicación de calidad, el cuidado de los procesos narrativos del paciente y la exploración física cuidadosa de su cuerpo. Si uno mira a los complejos hospitales, no sabría qué decir, si mira a los abarrotados centros de salud, tampoco. Me gustaría ser capaz de decirles que todavía es posible una medicina humana que permita un contacto de calidad entre la persona en tiempo de enfermar y sus profesionales sanitarios, pero todo indica que las férreas reglas del mercado lo van a poner cada vez más difícil.