eldiarionorte.es: La crisis unida a la imposición del copago farmacéutico está complicando a muchos pacientes con pocos recursos seguir de manera eficaz los tratamientos que les prescriben los médicos. O bien se muestran irregulares en la toma de las medicinas o directamente recurren a fármacos diferentes a los recetados que les resulten más baratos. Los profesionales consultados aseguran que el fenómeno ha llegado a Euskadi. Aunque por ahora está siendo menos virulento que en otras comunidades españolas, los expertos tienen encendida la luz roja de alarma.
Y prueba de ello es lo que le ocurrió a una paciente de Mónica García Asensio, médico de familia en el centro de salud de Mamariga, en Santurce. “Una mujer de 55 años acudió a mi consulta con una angina prolongada. Es decir, la antesala al infarto. Le mandé al hospital, a la unidad de Cardiología. Allí, los especialistas le pusieron un tratamiento a base de medicinas, evitando la intervención. Pero esas medicinas le suponían un coste cercano a los 80 euros al mes y en su casa solo se ingresaban 400 euros. Al cabo de un mes volvió a la consulta. Le estaba dando un infarto. Llamé a la ambulancia para trasladarle al hospital. Le pregunté si había seguido el tratamiento y me dijo que no podía permitirse pagar 80 euros”.
Este es un caso extremo y que, según García, nunca debería haberse producido. “Hay recursos sociales y de otro tipo como para cubrir ese gasto, pero, por las circunstancias que sean, mi paciente no supo o no pudo encontrar alternativas”. Este caso guarda similitud con otro que saltó a los medios de comunicación hace un par de semanas, cuando el doctor Maximiliano Diego, cardiólogo del Hospital Universitario de Salamanca, describía el segundo infarto que sufrió uno de sus pacientes por la trombosis del ‘stent’, un pequeño tubo de malla de metal que se le había implantado meses antes para impedir que la arteria se cierre de nuevo. Una complicación asociada directamente al abandono del ‘cóctel’de fármacos que le habían prescrito los médicos y que le suponía un desembolso mensual de 100 euros, inasumibles para el subsidio de algo más de 400 euros que cobra.
A pesar de las similitudes, García Asensio puntualiza que Euskadi es “una burbuja” con relación a lo que ocurre en otras comunidades autónomas. “Los profesionales y Osakidetza estamos muy preocupados con lo que puede ocurrir y con la falta de adherencia a los tratamientos. La implantación de la receta electrónica va a permitir seguir con más eficacia si los pacientes siguen los tratamientos o los dejan por falta de recursos”. Además, la médico de atención primaria pone en valor el decreto aprobadio por el Gobierno vasco para devolver a las personas con menos recursos una parte del dinero que han tenido que pagar por efectos del copago farmacéutico.
Esta profesional también recalca que la adherencia a los tratamientos también era un reto antes de la crisis porque los pacientes "suelen ser indisciplinados a la hora de seguirlos", sobre todo, cuando se trata de enfermedades crónicas que implican la toma de varias pastillas al día y a largo plazo.
Lo que resulta evidente es que la crisis se ha colado en las consultas de los médicos de atención primaria. Maxi Gutiérrez, quien ejerce como médico en el centro de salud del barrio de Zabalgana, en Vitoria, asegura que a la hora de pasar consulta a sus pacientes surgen "repetidamente palabras como paro, trabajo sin contrato, ayudas sociales o piso compartido".
"Quizás ésta sea la cuestión en que más he percibido un cambio tras cinco meses de paréntesis en la actividad de consulta. Estando ya presente en el pasado, ahora se transforma en un eje central que desdibuja la hipertensión o la diabetes y como dice Sergio Minué 'las enfermedades crónicas más prevalentes en España se llaman pobreza y exclusión social".
En su blog medicina de familia con blog propia relata que cuando habla de estas cosas a sus compañeros del equipo se da cuenta de "como asienten y desgranan otros tantos ejemplos de personas que preguntan, antes de nada, el precio del producto que les estamos prescribiendo. O que cuando en una dieta hipocalórica se nombra la palabra pescado es evidente que se trata de un alimento que hace tiempo que no entra en su casa y que tampoco lo hará en un futuro cercano".
"Podemos empeñarnos", añade, "en proponer actividades preventivas, ofrecer tratamiento para las enfermedades agudas, mejorar los datos de la analítica o controlar la patología crónica. Todo ello importante, sin duda. Pero, mientras no mejoremos las condiciones socio-económicas difícilmente podremos aumentar la salud de los pacientes. Y esto es cosa de todos".
Para el presidente de la Asociación por el Derecho a la Salud-Osalde, Juan Luis Uría, la implantación del copago ha agravado "de manera notable la situación". Según los datos con los que trabaja su asociación, entre un 17 y un 23% de las personas con menos recursos terminan por dejar los tratamientos prescritos debido a problemas económicos. Este tipo de pacientes suele coincidir con enfermos crónicos y personas mayores.
Uría también respalda el decreto de ayudas del Gobierno que permitirá recuperar una parte del copago a los pacientes, pero advierte de que el sistema de devolución debe ser "menos burocrático, más rápido". "No puede ser que un paciente deje un tratamiento por criterios económicos. Es una cuestión de salud".
Los farmacéuticos son otra pieza de este puzzle. Pedro rivero, presidente del Consejo Farmacéutico del País Vasco (agrupa a los tres colegios de la comunidad), insiste en la idea de que el verdadero reto al que se enfrentan los profesionales es conseguir el mayor grado de adherencia de los pacientes a los tratamientos. "La receta electrónica nos va a ayudar mucho en ese sentido", apunta. "El copago no es una buena herramienta para el ahorro, pero en Euskadi se están poniendo medidas para que no disuada a los pacientes a la hora de comprar las medicinas que necesitan y que les prescriben los médicos". Rivero no ha percibido abandono de tratamientos en pacientes "con patologías graves. Yo no he vivido situaciones dramáticas". En cambio, sí ha observado un descenso en el consumo de los medicamentos que han dejado de ser financiados y que van dirigido a patalogías menores, pero que ayudan a mejorar la calidad de vida de las personas.