PÚBLICO: Días atrás, mientras hacía flexiones frente al televisor, escuché a un diputado de la Comunidad Valenciana, el señor Baldoví, que le decía a Sánchez "Sr. Presidente tiene usted que blindar la Sanidad Pública". Al oír aquello mi mente de por sí dispersa, y en estos días de confinamiento ni les cuento, empezó a darle vueltas a eso de blindar y, de repente, me encontré pensando en mis próximas vacaciones. No puedo olvidarme de cerrar puertas y ventanas. No es la primera vez que me pasa, y ya se sabe, con la que va a caer después de esta pandemia, cuantas menos oportunidades le dé al amigo de lo ajeno, mejor.
Con mis vacaciones apañadas me quedé tranquila y, además, entendí lo que quería decir el señor Baldoví, o eso pienso. Y ante la duda el diccionario de la Real Academia, me aclara el término: "Proteger exteriormente, con diversos materiales, especialmente con planchas metálicas, las cosas o los lugares contra los efectos de las balas, el fuego etc". En definitiva, lo que el señor Baldoví le pide al Presidente es que proteja la Sanidad Pública e impida, a través de una reforma de la Constitución, prácticas de descapitalización del Estado en favor de la sanidad privada.
Vuelvo a mis flexiones y a pensar cómo blindamos nuestra Sanidad Pública, llamada por muchos la joya de la corona, para evitar que nadie entre como Pedro por su casa y la venda al mejor postor utilizando ese término tan ambiguo de colaboración pública-privada. Y de la misma manera que uno protege su bien más preciado cerrando la puerta para evitar tentaciones al primero que pase por allí, así deberíamos hacer con nuestra Sanidad.
¿Cuándo hemos abierto la puerta? La apertura comienza en el año 1991 con el conocido como informe Abril cuya idea era la de introducir la gestión empresarial en el sistema sanitario, extendiéndose así el término de rentabilidad económica. A pesar de la escasa aceptación que tuvo, sirvió de base para introducir algunas de las medidas como la privatización de servicios: limpieza, cocina, radiología, laboratorio etc. Y así llegamos a la promulgación de La Ley 15/97 de Nueva Formas de Gestión que permitió la entrada masiva de las empresas privadas en la gestión y provisión de servicios en Sanidad. Se inicia así una descapitalización del sistema público a todos los niveles, que se agudiza con la crisis de 2008: restricción de personal, mantenimiento de un parque tecnológico obsoleto y una parálisis de la innovación y la investigación básica.
Tenemos la tormenta perfecta: un sistema público que se deteriora progresivamente al que se tilda de ineficiente y una fe, lógicamente no constatada, en la mayor eficiencia de la gestión privada, ya tenemos la excusa perfecta. Y, para colmo, en el año 2012, en aras de garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud, se publica un Real Decreto-ley (16/2012, de 26 de abril). Esta norma dejaba fuera de la atención sanitaria pública a personas adultas no registradas ni autorizadas a residir en España. Un paso más en la desigualdad que se había instalado ya en nuestra sociedad. Decreto-ley que afortunadamente derogó el actual Gobierno.
Hoy después de más de dos décadas en las que el PIB dedicado a Sanidad ha crecido solamente un 20% (en Reino Unido un 60%). Estamos en condiciones de analizar y medir las consecuencias de los recortes en la Sanidad Pública, que coinciden con un aumento de: aseguradoras, conciertos y concesiones, y que han sido muy importante en Comunidades como Cataluña (25,6% del total del gasto sanitario público) Madrid o Valencia. Todo ello en aras de una mayor eficiencia, que dicen ellos, y que realmente se traduce en que resultan más baratos, algo peligroso si hablamos de la salud y la vida. La sociedad ha percibido que una Sanidad fuerte, bien financiada y, algo fundamental, bien gestionada es un seguro de vida.
Ha tenido que aparecer esta pandemia para demostrar que sólo un Sistema Sanitario Público puede hacer frente a esta emergencia sanitaria, aunque, como ha quedado al descubierto, los recortes han mermado su capacidad de respuesta, suplida en gran medida por el trabajo y entrega de los profesionales. Lo que ha puesto en evidencia esta situación es que gobernantes de algunas Comunidades Autónomas y responsables de su Sanidad Pública no creen en ella. Y volviendo al señor Baldoví, empecemos por arreglar la propia casa no paralizando las reversiones en la Comunidad Valenciana. La pandemia no debería ser una excusa.
Para evitar caer en la tentación, dentro de los cambios en el sistema que algunas voces acreditadas piden deberían incluir no solo cambios en la financiación, estructurales y organizativos, sino también legislativos que no dejen la puerta abierta a que el sector privado continúe ganando terreno, en detrimento de lo público. Sanidad privada sí, subsidiaria del Sistema Público.
No bajemos la guardia, cerremos la puerta, El Monstruo Amable, como llama Raffaele Simone a la derecha neoliberal, está ahí, agazapado esperando el momento de volver al modelo dominante, apoyo mediático no le falta. Estamos instalados en un mercado donde parecía que todo se podía comprar y vender y este virus nos ha dado una lección. Como he leído en un titular reciente "El Estado ha venido para quedarse". Ojalá este pronóstico se cumpla.
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