Así se vive desde dentro el desmantelamiento de la sanidad pública en Madrid

Cadena SER: En todas las casas, en todas las familias, barrios y culturas hay silencios. Temas que se pasan por alto en la conversación. Silencios personales y colectivos, realidades ocultas sobre las que incomoda hablar. Justo cuando salíamos del confinamiento el año pasado, un podcast se puso a contar las historias de muchos de estos silencios en España, y la vida que hay detrás de quienes un día deciden romperlos.


Hablamos con la escritora y documentalista sonora Isabel Cadenas Cañón, que está al frente de “De eso no se habla”, el podcast que denunció cómo se vive desde dentro el desmantelamiento de la sanidad pública en Madrid, y que ha ganado numerosos premios.

En la plataforma deesonosehabla.com llevan meses hablando con médicos de familia. Algunas de esas médicas hablaron del silencio de su profesión y de cómo muchas de ellas estaban yéndose de la atención primaria poco a poco.

Isabel nos trae la historia de dos médicas de familia, Clara y Berta. Sus voces se turnan para contarnos cómo una deja su trabajo, y cómo la otra vive el día a día en un sistema sanitario cada vez más precarizado.

Clara era médica de atención primaria en un centro de salud del centro de Parla, pero lleva casi un año sin trabajar porque “no aguantaba más” después de estar “bastante mal en la prepandemia y muy mal durante la pandemia”. Cuando renunció en octubre de 2020, nada más salir de su último día de trabajo, publicó un hilo en Twitter diciendo que “no podía más”, sin saber que tendría esa difusión y pensando que “peleándolo en otros ámbitos, no lo sentía como un fracaso total”.

La inversión en Atención Primaria lleva años disminuyendo. Desde la crisis de 2008, la Atención primaria ha crecido la mitad que la atención hospitalaria. A la vez, los contratos son cada vez más precarios: en 2017, por ejemplo, solo el 6,9% de los contratos de los/as médicos/as de familia fueron indefinidos. Berta reconoce que la situación “es un poco desesperante”, porque por la tarde solo son 2 y aunque “la gente necesita ser visto por un médico y no de urgencias”, ya no hacen atención primaria desde hace mucho en ese centro.

A esta impotencia y frustración de hacer las cosas de esa manera le ha puesto nombre y apellidos: “el desastre silenciado”. Cuenta que “por más que dices que estamos mal, la respuesta es esa: el silencio”.

La primera semana de marzo, Clara veía una media de 40 o 50 pacientes y tenía unas dos semanas de demora de cita y “un estrés y una frustración considerables”. “Propusimos muchas cosas para mejorar y la mayoría se nos negaron”, añade.

Cuando el estado de alarma acabó, todo se fue lentamente torciendo. “Todas las personas que habían estado esperando, con citas y pruebas o cirugías canceladas, volvían a llamar a nuestra puerta, que es la más accesible”, narra Clara. Durante el verano estaban entre el 35 y el 50% de la plantilla, por lo que volvieron “los miedos, los dolores pospuestos, cada vez más llamadas, más personas enfadadas y confundidas porque se sentían abandonadas”.

Ambas hablan de la culpa, de no haberlo visto o de haberlo visto mal o “de seguir participando en este paripé, un sistema colapsado que seguimos manteniendo malamente”.

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